Ardes, sed. ¡Ra!
—
por
Se abre una puerta. Un trabajador sale. Cierra la puerta.
Por la mañana, todos andan con prisa, salvo el mendigo.
Todo el cansancio del oficinista es ya un cabeceo.
Camino al trabajo, sobre el puente, me detuve. La avenida Javier Prado también. Quietos, sonoros, los vehículos gastan su combustible.
La pelotita va de mi mano al piso una y otra vez.
Una vez que hubo muerto, descansó.
No dormir para trabajar. O sea, sentirse divino.
Homenaje a Monterroso. Cuando desperté, el trabajo todavía estaba allí.