¿Qué hacer con uno mismo cuando se descubre que aún falta mucho para jubilarse?
Paseo por el editor de mi sitio web y, explorando lo que ofrece, veo que WordPress me plantea lo siguiente:
Parece el interrogatorio de algún policía o confesor, pero no: es un daily prompt de WordPress para promover la creación de contenido en el sitio. Voy a sumarme a la tendencia de todo el mundo y responderé que dedico la mayor parte del día a trabajar. Y añadiré que también dedico parte del tiempo a procrastinar (no quiero saber cuánto). Listo, pregunta respondida.
Pero algo no me convence. Algo no me deja satisfecho. Decir que el tiempo se me va trabajando es una respuesta fácil, cómoda, automática, que me hace quedar bien de forma instantánea. Me hace ver responsable. ¿Pero lo soy? Me digo que no. Podría dejar de perder el tiempo en redes sociales o pensando en las musarañas u ordenando una y otra vez mis cosas. No soy tan responsable: podría ser más productivo, y no lo soy. Entonces me descubro exigiéndome ser más productivo. ¿Por qué, acaso he nacido para acrecentar el PBI y ya? Debo averiguarlo. Pero no quiero eternizarme porque, aunque es fin de semana, más me vale ponerme a trabajar para no quedar mal en la reunión de trabajo del martes por la mañana. Así que he puesto el cronómetro de la computadora para no pasarme más de veinticinco minutos tecleando aquí (sí, un pomodoro, la unidad laboral del mundo digital contemporáneo).
Me gusta el prompt porque, a diferencia de mi conciencia, me obliga a detenerme un momento a reflexionar, como en el meme, sobre el sentido de mi vida. Sobre cómo la vida se me va minuto a minuto sin que me dé cuenta. Porque eso es lo que hago (y sospecho que tú también, lector, lectora) todos los días: servirme de las obligaciones laborales como excusa para no tener que vérmelas conmigo mismo. Y es que resulta más fácil entregarse al desenfreno del trabajo entre semana y pasarse el fin de semana limpiando, organizando, saliendo o sobredurmiendo que discernir quiénes somos cuando no tenemos un gafete empresarial o una tarjeta profesional que nos defina. Uno se despierta, abre la computadora y hace una de las tareas pendientes que tiene, y luego otra, y otra, hasta que se acaba el día, la semana, el mes y el año, y vienen los saludos y felicitaciones de fin de año y los abrazos y los buenos deseos, y las fiestas o viajes, porque bien merecido uno se lo tiene, ¿no?, para eso uno trabaja, como dice, de nuevo, el meme. Y luego, a comenzar el nuevo año. Y así año tras año, hasta que uno se jubila (si tiene la suerte de pertenecer a la élite de trabajadores formales de América Latina), y no le queda más que enfrentar la pregunta filosófica que postergó de joven con el pretexto de tener que trabajar.
Así visto, voy a parafrasear a John Lennon y decir que la vida es aquello que pasa mientras estamos trabajando. ¿Es triste? Es real. Somos humanos, no ángeles. Cuando perdimos el Paraíso, quedamos condenados a echar a andar la rueda de la historia. Es decir, organizarnos, planificar, trabajar, ponernos de acuerdo, pelearnos, matarnos, reconciliarnos, trabajar de nuevo. Vivir, sobrevivir. No somos ángeles. No tenemos una sustancia existencial aislada de nuestro uso del tiempo. Y, materiales seres, usamos el tiempo para trabajar en este mundo material que habitamos. Es lo que le dice Wizard a Travis en Taxi driver: uno acaba por convertirse en el trabajo que hace.
Corolario: si la vida se nos va trabajando, urge elegir bien en qué se trabaja. Pero a veces no se puede simplemente elegir bien algo acorde con el talento, carácter y objetivos de uno. A veces hay que hacer lo que uno tiene delante, nada más, y sospecho que así sucede con la mayoría de personas en el mundo. No todos pueden permitirse un trabajo y una vida con propósito cuando la familia espera en casa y las cuentas se atrasan.
A qué dedico la mayor parte del día, pregunta WordPress. A lo mismo que todos, a trabajar y a procrastinar, respondo. Trabajo para cumplir mis obligaciones, y procrastino para prolongar la consecución del trabajo y postergar la pregunta por quién soy más allá de mis labores. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué no quiero ver quién soy? Es como si me tuviera pánico. Como si mi yo verdadero, ese yo imposible y angelical que se escapara de la historia (mi alma, digamos) fuera algo terrible de contemplar. Una especie de dios, ante cuya presencia no quedara más que arrojarse al suelo y taparse la cara como Moisés ante la zarza ardiente. O perder el tiempo en el celular para no contemplar la realidad, puestos a lo mismo en el siglo XXI.
Dejo de escribir. Estoy paralizado ante el párrafo en blanco, ese que deseo revele mi esencia más allá de mi rol social o laboral. Me detengo. Examino lo que he escrito. Me digo que esto no es posible, que ya nací, que ya estoy aquí dando vueltas con el mundo y que es imposible tener una esencia más allá del rol social o laboral. Wizard tenía razón: te conviertes en tu trabajo. Pero Travis también tenía razón: su razón es su desasosiego, su soterrada rabia, su inasible malestar ante la suciedad del mundo, que siente que alguien debe limpiar.
¿Quién soy, entonces? ¿Mi trabajo? ¿Mi sensación de que un trabajo no me basta?
El pomodoro ha terminado. No tengo respuesta. Tampoco puedo pensar en un meme que la tenga. Entonces mi mente acude a Antonio Machado y aquello tan zen de la inexistencia del camino y de cómo este surge por la voluntad del caminante de no detenerse. Voluntad. Eso era lo que me faltaba durante la mayor parte del día. Sacarme las manos de la cara, levantarme del suelo, contemplar al dios que, horripilante e inefable, arde y late en la zarza de mi pecho.
Hace calor. ¿Lo sientes?

Deja un comentario